Los deliciosos alaridos iniciales de Thunderstruck, de AC/DC, fueron los encargados de despedir a la audiencia que atestó ayer la sala Heineken.
Y difícilmente una canción de hilo musical de una sala de conciertos, a veces totalmente fuera de lugar, pudo hacer más justicia al recital de rock que ofreció Y&T en Madrid.
Porque, al igual que la banda de Angus Young, los protagonistas de anoche capturaron a la perfección la esencia del rock más puro e incorruptible. Ya lo hizo
La legión de fans, muchos de los cuales parecían congelados en el tiempo y procedentes de algún faraónico concierto heavy de los 80's, con sus melenas cardadas y sus chupas de cuero, pronto comenzó a sentir que delante de ellos se encontraba una banda en estado de gracia.
Meniketti, en particular, exhibió un estado de forma deslumbrante, y parecía, por voz, por su pericia como guitarrista y por su imagen, ser el joven que firmó la maravillosa trilogía Earthshaker, Black Tiger y Mean Streak.
Extraordinario nivel
El inicio, con una Open Fire que provocó el delirio, ya dejó claro por donde iban a ir los tiros. No, esto no iba a ser un concierto de indie-pop. El sonido de la banda era tan limpio como incisivo, y pocas veces se ha visto últimamente en esta ciudad una audiencia tan exaltada.
La actuación, como casi todas por otra parte, tuvo altibajos, pero rayó a un extraordinario nivel. Al igual que en disco, esta banda brilla más en su vertiente agresiva que en sus ramalazos más mainstream, y redondean mejor las composiciones hard-rock que las de AOR o hard melódico.
Así, Eyes Of A Stranger o Rock And Roll Is Gonna Save The World sonaron ligeramente rancias y caducas, pero, en cambio, Meanstreak y Rescue Me, entre otras, demostraron todo su frenesí.
Summertime Girls fue otro de los momentos cumbre de una actuación que alcanzó unas cotas de genialidad y emoción indescriptibles con el orgásmico solo final de I Believe In You, un instante tan cargados de belleza que por sí mismo hubiera justificado el precio de la entrada.
Y para acabar, obviamente, un coreadísimo Forever que, pese a tratarse probablemente de la canción más sobrevalorada de su repertorio, dejó a todos los asistentes profundamente complacidos y, además, arrojó al mundo una evidencia: Si el rock está vivo, es por tipos tan auténticos y tenaces como Dave Meniketti.
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